Seamos más libres y tratémonos con amor
Muchas veces creemos que sentirnos libres es poder hacer lo que queremos, cuando queremos y cómo queremos. Que es ir, hacer y deshacer según nuestros deseos. Que es poder estar con quien queremos y, sobre todo, tener la capacidad de elegir… Y sí, es todo eso… y también, es mucho más. Hay muchísimo más en esa palabra.
Hoy quiero profundizar en un tipo de libertad de la cual no se habla mucho, o tal vez, no se entiende como libertad.
Y es poder hacer, decir y sentir, cuando quiero, pero sintiéndome libre de lo que piensen los demás, porque si lo que yo creo que los demás pensarán acerca de aquello que hago, pienso, siento, creo o elijo, me detiene, o cambia lo que yo voy a hacer, o me silencio, ya no estoy siendo libre, estoy cortando mi propia libertad.
Para conectar con esa libertad que está dentro mío, tengo que ser muy genuina y honesta, dejarme sentir que es lo que quiero y luego hacerlo, sin pensar en qué pensarán los demás.
Y cuando logro liberarme de eso, puedo ir un paso más allá y practicar el ser libre de lo que yo pienso de los demás, ya que eso condiciona nuestros vínculos tan sutilmente, que muchas veces no nos damos cuenta.
Y ¿qué es lo que yo pienso de los demás? Aquí entra cualquier juicio que hago del otro, mis opiniones, lo que yo deseo para el otro o que el otro haga. Se dan cuenta que cuando hablamos con alguien muchas veces creemos que estamos escuchando, pero no estamos escuchando realmente, estamos esperando el momento para decirle algo, qué pienso sobre lo que me está diciendo, para aconsejar o ver cómo le ayudo, y muchas veces la persona sólo está queriendo ser escuchada.
Somos buenísimos para ver, opinar y resolver la vida del otro y esa es una excusa y distracción perfecta para no ver la nuestra.
Sabemos y estamos seguros lo que es mejor para el otro y no nos damos cuenta que tal vez lo que yo creo que es mejor para el otro, no necesariamente lo es. Y tal vez sólo estoy forzando una situación que igual se tiene que dar para un aprendizaje de vida.
¿A dónde nos lleva todo esto? A no aceptar la libertad de los demás. Nos cuesta aceptar cuando otro no toma nuestro consejo o lo escucha, pero hace algo diferente. Cuántas veces decimos: “para qué le doy consejos si al final hace lo que le da la gana”. Y es que el hecho que demos un consejo o que alguien lo pida, no quiere decir que vaya a hacer lo que le sugerimos y es ahí donde nuevamente cortamos nuestra libertad, no aceptando la libertad del otro, y nos encadenamos a expectativas que generamos acerca de lo que debería suceder.
Libertad, es amarnos tal cual somos y amar al otro tal cual es… es aceptar lo que hace o quiere, sin juzgar y sin meter mis narices, es poder decir algo, pero de manera libre, sin crear condiciones o exigir que el otro haga lo que yo digo porque si no me molesto. ¿Cuántos vínculos manejamos desde ahí? Desde una especia de chantaje emocional, muchas veces perceptible, pero muchas otras no.
Amar es ser libre y dejar ser libre al otro, que haga lo que siente y quiere, lo que cree que es mejor para su vida más allá de lo que creemos nosotros, es apoyar y acompañar en cualquier decisión que el otro quiera y de igual forma, apoyarnos y acompañarnos en nuestras decisiones, con cada consecuencia, y no decir: “te lo dije”.
¿Quiénes somos para condicionar nuestra experiencia y quiénes somos para condicionar la experiencia de los demás?