El simple hecho de ser, quién somos.
El otro día, desarrollando un taller de niño interior, empecé a recordar todas las cualidades innatas que tiene el arquetipo del niño, que muchas veces, vamos perdiendo conforme vamos “creciendo”.
Es admirable la creatividad que tiene el niño, pudiendo crear mundos mágicos hasta con piedras que se encuentra mientras va caminando, la honestidad para expresar lo que siente, la espontaneidad, la fluidez, la capacidad de soltar situaciones que ya pasaron porque entiende perfectamente que se encuentra en un nuevo presente y se alinea y actúa en coherencia a él.
¿Por qué esas cualidades, si son innatas, se van perdiendo? Conforme va pasando el tiempo, este niño empieza a bloquearse, a cerrarse, a alejarse de sí mismo y de lo que naturalmente le nace hacer, por cosas que escucha, que le dicen según va experimentando y probando. Se le va limitando diciéndole que no haga tal cosa, que lo van a ver, se le compara con otros niños y poco a poco, va dejando de hacer cosas que quiere, va perdiendo esa fluidez y espontaneidad, y va actuando según la reacción (aprobación o desaprobación) de los demás.
Y ahí fue cuando empezaron a despertar recuerdos de mi niñez, empecé a recordar mis propios bloqueos o que dejé de hacer cuando yo era niña y a través de eso recordé que yo cantaba mucho, que disfrutaba mucho de cantar por el simple hecho de cantar, escuchaba una canción y me ponía a cantar, o inventaba letras y creaba canciones mientras iba cantando y lo hacía sin juzgarme si lo hacía bien o mal, sólo lo disfrutaba… Hasta que, empecé a escuchar el juicio de los “adultos” que me decían que mi voz era muy ronca, que no se escuchaba bien, que mejor no cantara porque lo hacía feo. En las mañanas cuando despertaba, mi voz se escuchaba aún más ronca, así que empecé a callar, trataba de no hablar mucho en la mañana y poco a poco dejé también de cantar, al menos, delante de otras personas, me escondía en la ducha o en el cuarto para hacerlo.
Y me sorprendí de cómo dejamos de hacer cosas para que no nos digan que lo hacemos mal, para no sentirnos mal por eso, para evitar el dolor del rechazo y buscar finalmente aprobación (o evitar la desaprobación). ¡Cuántas cosas vamos perdiendo y dejando de hacer! porque somos nosotros los que dejamos de hacer cosas por lo que nos dicen. Cuando somos niños, no lo cuestionamos, sólo dejamos de hacerlo.
Pasaron los años (que nunca pasan por gusto) y conecté con la meditación, empecé a escuchar mi propia voz interior y empecé también, a permitir que salga esa voz, que se exprese. De pronto empecé a hacer talleres, grabar podcasts, vídeos, guiar meditaciones, y era increíble cómo la gente me decía (y me dice) que mi voz los relajaba, que les gustaba y que les daba calma. Y yo decía: ¡Es la misma voz! Es la misma voz que cuando era niña me decían que sonaba fea, que era muy ronca, que mejor me callara. Era la misma voz, sólo que esta vez, la escuché desde adentro, le di su lugar, porque encontré su lugar.
Aún hoy en día cuando estoy cantando por ahí, las mismas personas me dicen que no canto bien, jaja, eso no cambió, pero ahora, a diferencia de cuando era niña, no me importa si me dicen que canto bien o no, no me callo, lo disfruto, así que sigo cantando.
Retomé la fluidez y espontaneidad de esa niña, de hacer lo que quiere hacer y que, con la fuerza y valentía de mi adulta, las dos, tomadas de la mano, cantan, disfrutan, se ríen, se divierten, juegan.
Conecta con lo que disfrutabas hacer cuando eras pequeña o pequeño aún, con lo que dejaste de hacer porque alguien te dijo que lo hacías mal y te dio vergüenza o te dolió. No nos perdamos en este camino en el que hay tanto que agradecer por el simple hecho de ser quien somos.
Hoy quiero que sea un día para reconocernos y amarnos tal cual somos y que eso haga que se expanda nuestro corazón, que podamos reconocernos frente al espejo, mirarnos, sonreír y darnos cuenta que no hay nada malo con nosotros,