Mi primer contacto con la terapia regresiva
En estos días estaba recordando qué me hizo estudiar terapia regresiva y conecté con una parte de mí que la había dejado atrás.
Recordé que hace algunos años “de la nada” empecé a tener problemas para respirar.
Durante el día me costaba mucho y en las noches empecé a tener sueños repetitivos. Sueños en los que algo pasaba y me empezaba a faltar el aire hasta que no podía respirar.
En ese momento me despertaba y, aun así, me seguía ahogando.
En busca de soluciones
Mi reacción era levantarme rápidamente y salir corriendo a buscar agua para tomar. Una vez que la tomaba, poco a poco iba pasando ese ahogo desesperante.
El aire iba entrando cada vez más, hasta poder respirar nuevamente con normalidad.
No sabía qué lo desencadenó y pensé que pasaría pronto, pero los episodios más bien fueron en aumento.

Consecuencias
Me empezó a dar insomnio porque me daba miedo dormir y me forzaba a quedarme despierta hasta que ya me vencía el sueño.
No quería dormir porque sentía que me podía ahogar e incluso morir mientras dormía, y eso me causaba pánico.
Mi aparente solución era no dormir, o evitarlo al máximo, pero en realidad, no estaba solucionando nada.
Como medida de prevención me acostumbré a tener siempre un vaso con agua en mi mesita de noche. Pero, al igual que intentar no dormir, no solucionaba nada. Los sueños en donde me ahogaba no paraban.
Y como, una cosa lleva a la otra, no estaba durmiendo nada bien. Cada día siguiente estaba más cansada y me costaba cada vez más hacer las cosas que tenía que hacer en mi día a día.
Pronto estaba fallando en el trabajo y me sentía muy cansada como para hacer deporte, algo que para quienes me conocen, saben que es algo muy importante.
Me llegó a afectar tanto mi vida diaria que no pude más, me perdí, no sabía qué hacer… era una rotonda en la que estaba dando vueltas sin fin.
Primeros pasos
Sabía que había alguna salida, pero no sabía cuál era ni cómo tomarla. Así que me decidí a buscar ayuda y es ahí donde comienza esta historia…
Busqué una persona, solo quería que alguien se encargara de mi problema, quería entregárselo en una mochila y que ella viera qué hacía con eso, yo ya no lo quería tener más.
Hoy en día me doy cuenta que cuando se busca ayuda en otra persona, es más común de lo que uno cree ese tipo de expectativa, todos queremos que alguien más nos dé la solución o “la pastillita mágica” que nos “cure” todo.
Pero no hay proceso de sanación alguno en el que uno mismo no tenga que hacerse responsable de ese proceso, con todo lo que eso lleva, a veces incluso, atravesar su propio dolor o sus propios miedos.
Cada dolor o cada miedo encierra un aprendizaje único, y el aprendizaje es de uno mismo. Solo tú puedes hacerte cargo de tus situaciones, de hecho, sanas cuando lo consigues.

Dejando atrás prejuicios
Como nada es casualidad, y todas las personas que aparecen en tu vida tienen un propósito, elegí, “sin saber” a una persona que realizaba terapia regresiva y que además trabajaba con flores de Bach.
Cuando ella me habló de la terapia regresiva me asusté mucho, no creía en ese entonces en vidas pasadas.
Además, tenía todos los prejuicios y dudas que ahora me doy cuenta que tienen muchas de las personas que llegan a consulta sin haber tenido algún acercamiento con ese tipo de terapia.
Empezaron mis preguntas y cuestionamientos: ¿otra vida?, “yo no creo en eso”, ¿me vas a hipnotizar?, ¿estaré inconsciente?, ¿y si no despierto?, ¿si me quedo atrapada en otra vida?
Miedos, miedos y más miedos, que son usuales cuando tenemos al frente una situación desconocida.
La verdad es que no necesitas creer en otras vidas para iniciar un proceso de terapia regresiva.
Da igual si incluso crees que todo es mentira o parte de tu imaginación, porque si así lo piensas, lo puedes ver como que en ese momento estás haciendo uso de un lenguaje simbólico y que a través de él estás expresando cosas que de otra forma no lo estás consiguiendo y con eso, estás logrando liberarte de tus propios miedos.
Tomando la iniciativa
Me decidí a iniciar el proceso, había llegado a un punto de desesperación muy fuerte y estaba dispuesta a probar lo que sea para buscar una solución a la situación que estaba viviendo.
No tardé mucho y como en la tercera o cuarta regresión se me presentó una imagen de mí misma. No era yo tal como soy ahora, pero sabía y sentía que era yo, era aún una niña y vi cómo moría asfixiada. En el momento en el que la niña empezaba a asfixiarse, yo empecé a hacerlo también, y experimenté la misma sensación que experimentaba cuando me despertaba ahogándome en las madrugadas.
No podía parar de toser, todo se intensificó hasta llegar al punto máximo, después de eso, la niña moría, y en ese momento empezó a entrar aire poco a poco por mi garganta.

Resultados
Empecé a recuperarme y a respirar cada vez con más normalidad, hasta que sentí un gran alivio.
La persona que me estaba haciendo ese proceso, me sacó del estado en el que estaba y cuando abrí los ojos no podía definir cómo me sentía.
Aún no puedo describir con palabras esa sensación. Creo que es algo que sólo se puede vivir, pero lo que más se le acerca es que me sentía en un estado de paz absoluta… respiré hondo, agradecí y me fui.
De eso ya más o menos 15 años y lo que puedo decir es que desde ese día, no he vuelto a tener un solo episodio de ahogo.
Nunca más me desperté en la madrugada sin poder respirar y nunca más sentí la desesperación que eso me causaba.
¿Qué aprendí de la experiencia?
Que más allá de buscarle la parte lógica a las cosas, de saber si es o no es, si existe o no, se trata de experimentarlas, de vivirlas, de probarlas y de estar abierto a ver qué sucede.
Confiar más en las personas que aparecen en nuestra vida y en que cada una nos puede acompañar, si lo permitimos, en una parte de nuestro propio camino de aprendizaje.
Aprendí que no hace falta buscarle una explicación porque hasta el día de hoy no la he encontrado… y tampoco me ha hecho falta, a veces sólo se trata de conectar con nuestro propio dolor, con nuestras propias emociones, y dejar que la vida te sorprenda…