“Es que tiene que hacerme feliz”…
¿Cuántas veces hemos escuchado o dicho frases como esa?
O como éstas: “Es que tenía que saberlo”, “¿por qué no me puede dar una sorpresa?”, “Parece que lo hace a propósito”, “¿Cómo no se le va a ocurrir si estaba claro?”.
Y es que entramos en una rotonda sin fin siempre buscando a quien culpar por nuestra infelicidad.
Profundizando un poco en nosotros mismos la pregunta debería ser: ¿por qué tendría el otro que hacerme feliz?
¿En qué momento se decidió que el otro tiene que hacer lo que sea para hacerme feliz aunque ese “lo que sea” lleve intrínseco algo que a esa otra persona no le hará sentir bien?, ¿es la función del otro hacerme feliz?, ¿Por qué?, ¿Por qué tendría el otro que hacerme feliz?, ¿es que yo misma no puedo hacerme feliz?
Son muchas preguntas todas yendo hacia la misma dirección, y es que no vemos que si yo no me siento bien conmigo misma, si yo no me siento feliz, no habrá relación alguna en la que me pueda sentir así, no habrá nada ni nadie que me haga sentir eso, al menos no a un nivel profundo, mucho menos sostenible en el tiempo.
Si en una relación de dos uno tiene que hacer feliz al otro a costa incluso de su propia felicidad, significa que solo uno disfruta, y ¿el otro?, ¿Qué pasa con el otro?, ¿el otro se sacrifica… por amor?, ¿podemos decir que el amor es amor si existe el sacrificio?
Escucho mucha gente hablando de sacrificios en nombre del amor, “es que yo lo hice por él y ¿ahora me paga así?”, “le di los mejores años de mi vida”, parece que hacer cosas dentro de una relación se volvió una carta comodín que puedo sacar cuando el otro reclama su espacio y su lugar en el mundo más allá de la relación.
Y ojo, que cuando hablo de relación o “del otro” no me refiero solo a relaciones de pareja, que es en donde se ve este tipo de dinámicas con mayor facilidad, hablo de cualquier tipo de relación en donde participan dos o más personas.
La realidad es que el otro tiene vida propia, que no es una extensión de mí, que no está para hacerme feliz, el otro está ahí para reflejarnos nuestros miedos, nuestras carencias y a través de ese reflejo irnos conociendo más, mirándonos, profundizando en nosotros mismos y sanándonos.
Aceptar que el otro no es una extensión mía, que tiene pensamientos, creencias, hábitos y actitudes diferentes a las mías, es amar, es amarlo como es, en esa aceptación está el amor.
¿Cómo estás llevando tus relaciones?, ¿te sientes bien contigo?, ¿te aceptas cómo eres?, ¿aceptas cómo es cada persona con sus preferencias particulares aunque no sean las mismas que las tuyas?
Hay que estar presentes y atentos a todo lo que nos suena alrededor, a todo lo que nos cuesta, porque lo que más nos cuesta, lo que más nos molesta de las personas, es lo que tenemos que sanar en nosotros. Es una gran bendición y oportunidad tener personas alrededor que nos sirvan de espejos y a la vez servir de espejos para otras personas, en la medida que nos reconocemos así, seremos puentes de sanación y de encuentro con nosotros mismos.
Excelente
Gracias Nadia por acompañarnos en este camino de luz! Un abrazo
Me encanto👍👏
Muchas gracias, un abrazo!